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Muy pronto formó en el Ariège, en el entorno de Tarascón y Ussat, un círculo de amigos dispuestos a ayudarle en sus investigaciones, tanto históricas como esotéricas, sobre el catarismo. Tejió lazos de profunda simpatía con Isabelle Sandy, escritora local, con la condesa Pujol-Murat, con Paul Alexis Ladame, escritor suizo que mostraba una gran veneración por los cátaros, con Christian Bernadac, autor, y su familia, con Fauré-Lacaussade, historiógrafo local. Fue también ayudado en su trabajo por varios sacerdotes católicos como el abad Vidal y el abad Glory, a los que indignaban profundamente las persecuciones inflingidas a los cátaros por las autoridades eclesiásticas de la Edad Media. Gracias a estos abades, incluso a obispos deseosos de ayudarle, Gadal consiguió tener un amplio acceso a los registros de la inquisición del Sabartez.
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No es posible citar todos los nombres de sus compañeros de investigación, desde el pastor al erudito. Todos le estimaban y ensalzaban su bondad, su disponibilidad, su apertura de espíritu, su inmensa modestia.
Antes de la guerra, encontró a un joven y dotado escritor alemán, Otto Rahn, colmado de ideales elevados y de misterio.. En compañía de Gadal, Otto Rahn visitó castillos y grutas de la región. Un día, Otto Rahn, conmovido, exclamó: “tenéis la suerte de habitar en un mundo aparte. Todo parece congelado por la historia, y en este valle esculpido por gigantes, basta con mirar para ser transformado y, sobre todo, para comprender lo que ha pasado. Todo está inscrito. El Sabartez es un gran Libro, el Libro más bello del mundo.”
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