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Una iniciación a la búsqueda |
Para Antonín Gadal, era imperioso que su intuición concerniente a la existencia de la riqueza iniciática de los cátaros fuese confirmada por señales visibles, huellas en la materia.
Pasó la mayor parte de su vida recorriendo las montañas del Sabartez, sondeando sus abismos, escrutando las grutas, gateando con una bujía en la mano, como un buscador de tesoros. Recogió una importante colección de objetos curiosos, símbolos mágicos y de culto, mostrando que para algunos, desde los tiempos más recónditos, el Sabartez no hacia dejado de ser una tierra sagrada, un refugio espiritual.
“El sendero de la iniciación no es sólo una imagen”, le gustaba decir.
Seguía las huellas de cada indicio de la verdad concerniente a los cátaros, para descubrir el hilo que lo unía a una fuente espiritual original: la Gnosis. Se sumió en el estudio de los antiguos textos, en oscuras bibliotecas, no dudando en copiar de nuevo largos pasajes, confrontando todos los puntos de vista. Ayudado por un sacerdote apasionado por la búsqueda, tuvo acceso a los archivos de la inquisición, donde consultó voluminosos registros. La mayor parte de las fuentes materiales históricas disponibles provenían, efectivamente, de los adversarios de los cátaros: el clero católico, monjes e inquisidores, los vasallos de la corona de Francia. Reunió así preciosas notas.
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Tuvo que reconocer que los conceptos originales del cristianismo, fundados en la pureza, el amor, el renacimiento del alma, la santificación y el Espíritu, había sido lentamente pervertidos, adaptados al deseo de poder de la iglesia y vueltos mundanos.
Gadal comprendió muy pronto que se había hecho todo lo posible para impedir estos descubrimientos. Las fuentes originales habían sido destruidas o mutiladas; otras estaban fuera del alcance; las datos históricos completamente mezclados. Leyendas y fábulas habían surgido, volviendo todo todavía más irreconocible. Sólo subsistían algunas pistas, que pronto fueron investigadas por Gadal.
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